8/7/13

Should I stay or should I go? (¿Debo quedarme o volverme?)

Demasiado a menudo tomamos decisiones importantes sin ser conscientes ni de la trascendencia de lo que decidimos, ni de la medida en que los pequeños detalles irrelevantes nos influyen.

Fue hace algo más de dos años. Llevaba casi veinte minutos esperando de pie junto a una parada de autobús en Olive Avenue, una arteria principal de St. Louis con varios carriles. Mi mente parecía bloqueada por la las implicaciones de la decisión que tenía que tomar. No tenía dónde sentarme porque en St. Louis una parada de autobús suele ser una simple señal que dice que el autobús pasa por ahí (y pasa cuando pasa). Inconvenientes bien conocidos para todo peatón que vive en una ciudad consagrada al automóvil y hostil para todos los que, como yo, odiamos conducir.
Yo tenía la suerte de vivir en un barrio algo más europeo en ese sentido. Tenía el trabajo cerca de casa, podía bajar a la calle a dar una vuelta, ver a gente paseando, entrar en una tienda o tomarme una cerveza ¿lo normal? No del todo. Fuera de un par de pequeñas zonas, todas alejadas entre sí –los locales se defendían diciendo que si todas estas zonas estuvieran juntas, su ciudad sería la mejor del mundo-, en St. Louis, como muchas ciudades americanas, un peatón resulta de lo más exótico. Recuerdo cómo mis compañeros de trabajo veían con cierto humor el hecho de que fuera al trabajo... en bicicleta. ¡Qué ocurrencia! ¡Qué ocurrencia!, respondía yo, coger el coche cuando uno vive a cuatro minutos… en bicicleta.

Había salido de mi querido barrio para reunirme con Suzanne Brown, la abogada especializada en inmigración que había tramitado mi visado. Después del tiempo que había pasado en EEUU, me dijo, el siguiente paso era la solicitud para una green card. Suzanne debió leer en mi cara una cierta desesperación después de explicarme la innumerable cantidad cosas que hacer, de papeles que conseguir y que firmar, y de documentos que presentar a las autoridades competentes, porque no me cobró por la visita. Esperando al autobús, examiné una vez más los documentos que Suzanne me había preparado. En una situación como la mía no era de ninguna forma imposible conseguir la tan ansiada green card, me había dicho, sobretodo porque el director del colegio en el que trabajaba, quería que me quedara. Pero la decisión implicaba, entre otras cosas, una restricción de mis visitas a Europa y mi obligación de trabajar unos años en el colegio a tiempo completo (todo sin contar el rollo burocrático). Uno, por tanto no podía tomarse esto a la ligera. Solicitar la green card era quedarse en América para siempre y en el colegio los próximos años.

Reconocí el autobús en la distancia, acercándose lentamente, cuando pensé: ¿y si, en lugar de dedicar tiempo y energía a conseguir unos papeles y a trabajar en un colegio, los empeño en dar un impulso a mi carrera como dibujante? ¿Y si vuelvo a Europa y vivo en un lugar donde el transporte público se vea como algo indispensable por su capacidad de articular una ciudad, y no como un donativo innecesario que reciben los perdedores de la sociedad? En una entrevista para Las Provincias, Carmen Velasco me preguntó si había ganado con el cambio. La respuesta fue ambigua (cosa que no suele satisfacer a los periodistas): ¡De momento sí! , pero pregúntame mejor dentro de dos años.

Continúo con la serie “de vuelta a Europa” este jueves. ¡Hasta entonces!
En esta imagen muestro dos viñetas de la última historia del integral de Actor Aspirante que se publicará este otoño. La historia se titula “La ciudad de los sueños.” Pablo Diaz-Strasser, el protagonista, trata de entender ciudad de Los Ángeles. Si alguien quiere encontrar paralelismos...

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